El comienzo de Iñárritu


Desde hace algún tiempo me declaré fanática del director mexicano Alejandro González Iñárritu, quien sólo tiene cuatro largometrajes en su haber cinematográfico. No planeé seguir su carrera, ni siquiera vi sus películas en orden cronológico. La primera que presencié fue la tercera (Babel), la segunda fue la última (Biutiful), la tercera fue la segunda (21 gramos) y la última fue la primera (Amores perros). ¿Me entendieron? Todas me impactaron por igual. No puedo escoger entre una y otra, porque tienen características tan idénticas como distintas.


Si me lo permiten, dedicaré varias ediciones a este cuarteto de producciones, y debo comenzar por la que definió el estilo de este profesional: la primera, la que reinventó la narración fílmica latinoamericana. Multipremiada por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, alabada con un BAFTA y un premio de la crítica en el Festival de Cannes; Amores perros es la máxima expresión del cine de autor. Con sus relatos entrecruzados, deja al espectador perplejo y además pensando que México pinta muy diferente a las telenovelas. Presenta un entorno urbano crudamente agresivo.


Con esta obra comprendemos que la vida, a veces, suele ser dura. Así como lo reza el dicho: ¡Bien perra! Claro, eso va con las personas que cometen los errores más evidentes. Octavio (Gael García Bernal) es un joven que se gana la vida con las peleas ilegales de caninos, así reúne dinero para fugarse con la mujer de su hermano. Valeria (Goya Toledo) fracasa como modelo luego de sufrir un fatal accidente de tránsito y vivir una tormentosa relación con un hombre casado. Y finalmente, el Chivo (Emilio Echevarría), es un mendigo que esconde un pasado misterioso y se dedica al sicariato.


Me gustó por ser un relato vibrante y sólido, una película que hace lo que a su dueño (Iñárritu) le da la gana. El guión de Gillermo Arriaga está escrito a pulso y, al juntarlo con la extraordinaria música de Gustavo Santaolalla, se convierte en una tela de araña que atrapa. Debo indicar que este par acompañó al realizador azteca en los subsiguientes proyectos, lo que hace que el resultado sea igual de impresionante. En 145 minutos sentimos en carne propia la miseria, el drama, la traición, la obsesión, el deseo y el amor. No hay tiempo para el color rosa, ni para los héroes. Aquí todos los personajes tienen un lado oscuro, aunque brillan con luz propia dentro de una trama que se tiñe de rojo sangre. 


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