Una manada de búfalos, un
páramo de hielo, un bosque gris, todo parece un espejismo… Gracias a Dios por
Alejandro González Iñárritu, gracias por su visión, por su ojo. Si antes me
gustaba su cine, ahora lo adoro. The Revenant es una de las películas más salvajes
descomunales, épicas, poderosas, violentas y estremecedoras que he visto hasta
ahora (y hay muchas con esas características). Pero lo que aquí nos encontramos
nos llena en gran manera, porque nos hace despertar los cinco sentidos. La propuesta es
sencilla. Transcurre en 1823, en las profundidades de la América salvaje, donde
el explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) participa junto a su hijo mestizo (Hawk)
en una expedición de tramperos que recolecta pieles. Glass resulta gravemente
herido por el ataque de una osa y es abandonado a su suerte por John Fitzgerald
(Tom Hardy), un traicionero miembro de su equipo.
Esa trama se complementa de
manera magistral con un metraje de 156 minutos, durante el cual estuve
exclusivamente concentrada en la belleza de las imágenes (amén de la fotografía
de Emmanuel Lubezki. BRAVO, BRAVÍSIMO). Todas las escenas ostentan un gran
precisión técnica, y queda más que demostrado que -con un gran reparto entregado en medio de
imponentes paisajes y rodando en plena naturaleza- la retina percibe más que
nada esos efectos creados por verdaderos genios.
Pero además me atrajo su parte
mística, porque The Revenant aborda el destino entrelazado del hombre y la
fauna. Cómo leí hace poco, “es un bestiario cinematográfico”. Los animales son
muerte, salvación, guarida y sustento (de eso se darán cuenta los que la vean,
hablar más sería meter soberanos spoilers). Y, por supuesto, no me puedo ir sin
nombrar la actuación de DiCaprio, aunque ¿Qué más puedo decir? Este hombre casi
no pronuncia palabra durante la cinta, y aún así es capaz de hacerte sentir
todo lo que él está viviendo. Un performance brutal, como todos los que ha
venido haciendo últimamente. No sé cuál es mejor, si esta interpretación o la de
El Lobo de Wall Street. Lo cierto es que la palabra ACTORAZO le queda pequeña,
muy pequeña. No le den el Oscar, no importa, ¡Ya es el ganador!
Nota: A destacar la perfecta escena en la que Leo pelea con la
osa y la actuación de Tom Hardy. ¡Aplausos!
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