¡FELICITACIONES!



Vamos a ser sinceros. Todos alguna vez hemos comprado "quemaditos", de hecho lo hacemos más de lo que muchos puedan imaginar. Pero hay películas que requieren atención en la sala de cine, más aún si se trata de una venezolana. Azul y no tan Rosa tiene unas asombrosas 13 semanas en cartelera y sigue... Superó la marca de espectadores registrada por Er Conde Bond y suma más de 350 mil espectadores.  Yo tuve la oportunidad de verla en una proyección especial que realizaron en el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez, en el marco del Día del Cine Nacional. Fue una experiencia inolvidable: el ambiente, la euforia, las risas, la gente maravillada y la presencia de su director (Miguel Ferrari) y su protagonista (Guillermo García). Esa noche ellos se llevaron todos los elogios y respondieron las preguntas de un público que no salía de su asombro. Se trata de una de las tramas más interesantes de la cinematografía criolla actual. 


Diego (García) es un fotógrafo de éxito, quien se ve obligado a hacerse cargo de su hijo, Armando (Ignacio Montes), después de cinco años sin verlo. El chico llega desde España cargado de reproches, por lo que a Diego se le hace difícil explicarle su tendencia sexual. Lo mejor de esta cinta es... ¡TODO! No es porque sea nuestra, sino porque Azul y no tan Rosa plantea una nueva forma de hacer cine, sabiendo qué es lo que quiere ver el público para sentirse identificado y conectarse con la historia. Cuando la veía, la persona que estaba a mi lado dijo: "Ya los directores venezolanos atinaron". 


Resulta que hay una mezcla de humor y drama perfecta. A algunos críticos eso les puede parecer un desequilibrio en el género, pero al ver cómo reaccionan las personas ante las escenas no queda duda de que la fórmula da resultado. Además los actores hicieron un trabajo de lujo. Mención aparte para Hilda Abrahamz y Carolina Torres, impresionante la manera cómo manejaron sus papeles. Me da la impresión que Ferrari tomó muchas referencias del cine de Almodóvar. Sin embargo, eso no le quitó su propio estilo. Llevó a término una dirección correcta, presentando un discurso de tolerancia y amor familiar dentro de una estética bien cuidada. Me fascinaron dos escenas: la de la lluvia y la ópera y cuando cantan en Mérida bajo la Luna. Un tema tabú, cuyo desarrollo podría alarmar a los más conservadores y aún así está de boca en boca. Solo me queda decir: ¡Felicitaciones! 



Puntuación: 5 de 5

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