Lo voy a advertir de una
vez: Escribiré este artículo sin nada de objetividad. Lo haré desde mis
sentimientos y con las emociones que La Cabaña afloró en mí. A quien no le haya
gustado la película, puede seguir de largo. Al que la amó, como yo, lo invito a
que se quede y me lea. También son bienvenidos los que aún no la han visto pero
creen en Dios y en el poder que opera desde lo más irreal posible. La crítica
especializada la odia y la cataloga como “basura”. Para mí ha sido un filme
profundo, hondo… Un bálsamo que solo tocará el corazón de quienes se abran sin
prejuicios y sin estigmas religiosos. La historia está basada en el libro de
William Paul Young, que lleva vendidos más de seis millones de ejemplares en
todo el mundo desde su publicación en 2009 y que, con los años, se ha
convertido en uno los grandes exponentes del género “novela cristiana”.
Después de sufrir una
tragedia familiar, Mack Phillips (Sam Worthington) cae en una profunda
depresión que lo lleva a cuestionar todas sus creencias. Sumido en una crisis
de fe, recibe una enigmática carta donde un misterioso personaje lo cita en una
cabaña abandonada en lo más profundo de los bosques de Oregón. A pesar de sus
dudas, Mack viaja al lugar donde se encontrará con alguien inesperado. Este
encuentro lo conducirá a enfrentarse a importantes verdades, que no solo
transformarán su comprensión de la crisis y el dolor, sino que harán que su
vida cambie para siempre. Seré más específica, y me disculpan si los spoleo, pero
Mack se encuentra con Dios. Lo extraño es que no es el Dios que todos
imaginamos y ahí radica lo interesante del filme.
Las personas creemos tener
alguna o total convicción del conocimiento de quién es Dios. La Cabaña nos
presenta algo que nos conecta con un ser más simple. Un ser que hace todo lo posible
por ponerse en el lugar del hombre para que este camine con él. Y, por
supuesto, responde interrogantes que estoy segura de que todos en algún momento
-ateos o no- se han hecho: ¿Dónde está Dios cuando ocurren actos atroces en el
mundo? No lo voy a responder yo aquí. Vean la cinta, si gustan. Además el
protagonista de Avatar tiene un registro grandioso, amén de sus momentos de
llanto, esos que le salen desde adentro (Imposible no llorar con él. Y si no
lloras, al menos sientes una punzada en el pecho). Por otro lado, también aparece
-¿ADIVINEN?- ¡Octavia Spencer! Donde está ella, estoy yo, en serio. Octavia es
una actriz que le otorga credibilidad y nombre a cualquier proyecto y siempre
sale airosa. Nunca he visto una mala actuación de su parte. Es genial y
brillante.
La fotografía de Declan Quinn no tiene pelones a lo largo del
metraje, recurriendo a los brillos y a las siluetas iluminadas (y tornándose,
sí, un poco manipuladora pero preciosa). La música de Aaron Zigman es sublime,
en especial durante el último tramo. Quien sepa el nombre del tema que acompaña
la escena cumbre, me lo puede indicar, por favor. Esa escena, por cierto, es la
más criticada y -para mí- la más desgarradora, la más hermosa. En fin, una
cinta odiada y amada. He leído a algunos espectadores decir que La Cabaña trabaja
con cada persona de manera diferente, así como hace Dios. Sin embargo, en Rotten
Tomato la recepción no fue buena. Obtuvo un ranking aprobatorio del 19 por
ciento, basado en 42 reseñas, con un rating estimado de 4.4/10. El consenso
general en el sitio manifiesta que "plantea un mensaje innegablemente
digno, pero que es mal servido por un guión que confunde la elevación
espiritual con clichés melodramáticos y sermones pesados". Y en Metacritic
la película tiene un puntaje promedio de 32 sobre 100, indicando "reseñas
generalmente desfavorables". Aún así yo viví una experiencia íntima, muy
íntima. The Shack me tocó y se quedó en mí, sobre todo una frase: “Perdonar no
es olvidar. Es soltar la garganta del otro”. ¡Hasta la próxima!
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