No es un cuento de fantasmas banal e intencional. Hereafter (Más allá de la vida) es un drama sentimental que habla del final y el comienzo de una manera profunda y emocional. Los que en el inicio la vean sin mucho conocimiento pueden imaginarse que se trata de una nueva entrega del mexicano Alejandro González Iñárritu y, aunque el planteamiento sea parecido, detrás de esta poética historia, en la que varias personas tienen conexión aún cuando están separadas por una barrera geográfica, está la mano de otro grande: Clint Eastwood. Este maestro se atreve a mostrar tres personajes con experiencias cercanas a la muerte pero lo hace coqueteando con el cine de género y acaba ofreciendo un convencional relato susceptible. Eso no hace que nos quejemos, por el contrario, lo agradecemos.
Varias personas un tanto "decepcionadas", afirman que el director, a pesar de que parece haber alcanzado pleno dominio del clasismo formal, peca de inocente al realizar una película con un guión defectuoso que tiene poco qué contar. Yo sólo ratifico el hecho de que es medio larga y pierde tiempo en subtramas que no conducen a nada. Sin embargo, considero que se trata con mucho respeto al espectador, al hablar de espectros que pueden también ser admitidos como ilusiones. Eso hace que los incrédulos no se esfuercen. Todo depende de lo que quiera creer o de lo que tenga en su registro de formación cultural. Una periodista francesa (Cécile de France) muere y regresa al mundo después del tsunami que asoló el sur de Asia en 2004; un niño de 10 años pierde a su hermano gemelo en un accidente; y un psíquico llamado George (Matt Damon) puede hablar con los muertos -aunque prefiere no hacerlo-. Él tratará de darles consuelo.
Todas las actuaciones están excelente, en especial la de Damon, quien muestra un registro diferente, alejado del que presenta en las cintas de acción: sobrio, tranquilo y muy humano. Lo que expresa lo saca desde adentro. Lo mejor de Hereafter-para mí- es la secuencia del maremoto, sencillamente perfecta. A eso le sigue una deliciosa escena en la que Eastwood establece un espacio íntimo: George, con el propósito de alejar la maldición que le da su "don", se inscribe en unas clases de cocina donde conoce a una hermosa chica. Ambos, a sabiendas de que se gustan, realizan una actividad asignada para adivinar sabores. Sobresalen los en gestos, las miradas, los planos cercanos de labios que saborean y los diálogos bajitos en incitantes. Qué lástima que eso sea todo, pues luego experimentan la frustración. No puedo seguir contando nada más. La recomiendo. ¡Nos leemos!
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